Privilegios

PrivilegiosHay un modo de presentar los beneficios que obtienen los presos etarras que es profundamente desmoralizador: atribuirlos por activa o por pasiva a la complicidad de algunos jueces y, por frecuente sinécdoque, de la Justicia española. El reciente caso de la etarra Beloki. Pide someterse a un tratamiento contra la infertilidad y los jueces se lo autorizan.

La sospecha se cierne de inmediato: hay jueces interesados en concederle ese privilegio y, aun más, interesados en que la etarra lo aproveche para fugarse. Sobre el concreto caso Beloki quizá convenga hacer un par de precisiones, en cierto modo contradictorias. Los tratamientos de ese tipo no son cualquier cosa y no pueden presentarse como el caso del que acude al médico a quitarse (¡o a ponerse, que cada vez hay más rarezas!) una verruga. Pero dicho esto no deja de sorprender el argumento central del auto, que concede a la presa la posibilidad de someterse al tratamiento fuera de la cárcel. La cárcel, viene a decir el juez, no es el lugar psicológicamente indicado para ese tipo de prácticas. ¡Desde luego! En realidad, psicológicamente indicada, la cárcel sólo está para pudrirse. No me resisto a apuntar una más de las circunstancias del asunto, que no parecen llamar demasiado la atención: una etarra de 47 años quiere tener un hijo como sea. Esa voluntad de perpetuarse, tan contraindicada.

Sin embargo, los beneficios no nacen de la complicidad de la Justicia, sino de los privilegios etarras, éstos sí, y en el modo que vamos a ver, ciertos. El ingreso en la cárcel no corrige la posición relativa que un ciudadano ocupa fuera de ella. Los célebres casos de Mario Conde o Javier de la Rosa. Por cierto, tampoco corrige la vulnerabilidad de un ciudadano ante la experiencia. No la sufre del mismo modo un delincuente que organiza su vida con la certeza de ese riesgo e incluso (la organiza) con un pie dentro y otro fuera, que un civil para el que la cárcel cae sobre él como un rayo inesperado. La vida, la organización del complejo etarra pasa inexorablemente por la cárcel. Y llevan décadas en ello. Están los abogados especializados sumamente; están las redes de apoyo, por supuesto psicológico, pero también económico y logístico; y está, incluso, el apoyo institucional, de municipios, diputaciones y del propio Gobierno vasco. Una trama de solidaridades, y ésta es una de las claves terribles del terrorismo en España, de la que nunca han disfrutado sus víctimas.

La ley en manos de poderosos es siempre un asunto muy plástico. Los etarras son poderosos. Al menos en el que gracias al Estado de Derecho y a la Justicia se ha convertido en su territorio natural.

(Coda: «Nunca un dolor serio hasta una vejez muy avanzada: entonces no dolor, sino muerte, por apoplejía, en la cama, durante el sueño sin ningún dolor moral o físico. Cada año, no más de tres días de indisposición. El cuerpo y lo que sale de él, sin olor alguno». Stendhal, Los privilegios.)

Arcadi Espada

El Mundo (8.08.2008)

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