Como la madre del protagonista de Goodbye Lenin, seguí la retransmisión del último Eurovisión cual si hubiera salido de un coma que se inició antes de que cayera el Muro y de que se desmoronara la URSS. Lo que presencié poco antes de quedarme eurovisivamente dormida -decidida a no asistir nunca más a semejante horterada- se convirtió, con el paso de los años, en un clásico. Era 1989, y el mes, mayo: el Telón de Acero parecía firme. Recuerdo como en sueños que los votos se decidían por jurados nacionales, y que en el nuestro figuraban el entonces sólo almodovariano actor Antonio Banderas y la marianóloga de profesión Pitita Ridruejo. Ganó Celine Dion, pretitánicamente.
Sigan leyendo porque esto no va de Eurovisión sino de Europa, de ese continente-cangrejo que ahora arroja por la borda lo mejor de sus logros laborales, sociales y, en definitiva, humanos. Eslovenia nació, eurovisivamente hablando, en 1993, coincidiendo casi con la entrada en vigor del Espacio Económico Europeo, que establecía la libre circulación de mercancías, servicios, capitales y personas. Quince años después, Eslovenia ha aportado al lamentable solar eurovisivo la mercancía premonitoriamente titulada Al diablo con eso. No ganó, pero meses después se ha apuntado el tanto de que esta Neo Europa de los Berluscos y Sarkosios apruebe su propuesta de ampliar la jornada laboral de 48 a 60 horas, o a 65 si se tercia. Consideren que esta laminación de derechos históricos duramente adquiridos por los trabajadores no es sino un amable anticipo del allanamiento para la libre circulación y engorde de capitales que se disponen a perpetrar.
Cuando desperté, el Eurosaurio no sólo estaba allí sino que los países representados se habían puesto a su bajura. Qué nerviosa me pone, entre tanto grupo salvaje, nuestra burbujeante España chiquilicuatre.
Maruja Torres
El País, 12/06/2008
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