El trabajador señala con el dedo el logotipo en su mono de la empresa mixta emirato-británica Dutco Balfour Beatty, que gestiona la obra del Dubai Mall, y apunta 75 dírhams (14 euros), el suplemento mensual para comida. Con ello, hace seis meses podía comprar 60 kilos de arroz; ahora, ni 20. "75 dírhams son tres días de comida en un hotel de Dubai. ¡Para los obreros es para todo el mes!", dice, delatando su desconocimiento del otro Dubai, el de David Beckham o Posh Spice, y el ostentoso hotel Burj Al Arab, donde un rodaballo al champán cuesta 360 dírhams.
Tres megatendencias de la economía mundial han convergido en Sonapur, un conjunto inmenso de barracones en el desierto a 30 kilómetros del centro de Dubai donde unos 150.000 trabajadores de India, Pakistán y Bangladesh duermen en dormitorios colectivos. El barril de petróleo a 130 dólares ha convertido Dubai y Abu Dabi en hervideros de construcción, generando empleo para unos 700.000 inmigrantes. Pero la depreciación del dólar – y del dírham, que oscila como esta divisa- ha rebajado en un 10% o más las remesas enviadas a sus familias. Y el encarecimiento de los alimentos básicos diezma su poder adquisitivo.
En Sonapur – ciudad de oro en hindi, pero parcialmente inundada por un gran charco pestilente de aguas fecales durante nuestra visita-, el triple golpe económico se suma al peculiar marco laboral del feudalismo posmoderno de los Emiratos. Marco que niega el derecho a formar un sindicato, el de huelga o el de cambiar de empresa. "Quiero irme de la compañía, pero tienen mi pasaporte", dijo Rajashwar, de 39 años, electricista de Madrás. Al firmar un contrato de trabajo, el inmigrante casi siempre entrega su pasaporte a la empresa y no puede recuperarlo hasta que lo termine, en general a los dos años. Muchos obreros endeudados para pagar pasaje y papeleo – y que deben hasta 3.000 dólares a traficantes- son, además, víctimas de empresas que a menudo retrasan los pagos.
Aislados en los campamentos, sin transporte público, los trabajadores sólo ven las dos metrópolis del petrodólar desde los andamios.
"Los taxis no paran aquí", dice Yoosaf, trabajador de almacén pakistaní cuya unidad está inundada. Indios, pakistaníes y bengalíes constituyen casi el 50% de la población de los Emiratos.
Es una situación desoladora. Pero en India y Pakistán sus familias tienen problemas peores. El Banco Asiático de Desarrollo calcula que cada aumento del 10% del precio de alimentos básicos – sobre todo arroz- agrega siete u ocho millones a los 30 millones de pobres en Pakistán. Por eso, los trabajadores mandan a sus familias su salario menos lo que gastan en comida y transporte.
Las paradojas se multiplican en Sonapur. El motivo de la emigración es la crisis del campo en India porque el precio de los pesticidas se ha disparado por la subida del petróleo. Esta crisis causa una epidemia de suicidios de campesinos (que para matarse ingieren pesticidas). El suicidio se ha trasladado a campamentos como Sonapur. El consulado indio cree que cada cuatro días se suicida un inmigrante.
El éxito de la petroeconomía de los Emiratos ha cegado al mundo ante un sistema laboral "con características de esclavitud", dice Nick McGeehan, de la ONG Mafiwasta, especializada en abusos laborales en los Emiratos. Respetables multinacionales que operan en Dubai son responsables de estos abusos.
Cada vez estallan más protestas. El año pasado, un grupo de trabajadores cerró dos horas el puente de acceso a Dubai. En marzo, unos 1.500 trabajadores prendieron fuego a autobuses de la constructora estadounidense Drake & Skulle y 2.500 trabajadores que construyen la torre Burj Dubai hicieron huelga. Otros se plantean marcharse si las autoridades les dejan. Una fuerte salida de inmigrantes crearía problemas al país.
El Gobierno ha anunciado reformas que permitirían algunos derechos sindicales. Pero McGeehan señala que "hay una brecha abismal entre la retórica y la realidad".
En este marco, las constructoras occidentales que hacen su agosto en el Golfo se han acostumbrado al modelo Dubai. Registran fabulosos aumentos de beneficios: Balfour Beatty, un 48% en el 2007: la matriz de Drake and Scull Emcor, un 186%. Ante una nueva ley que prohíbe trabajar en las horas de fuerte sol – más de 50 grados-, la compañía europea Jan de Nul que participa en el megaproyecto de Saadiyat Island en Abu Dabi – intervienen Frank Gehry, Jean Nouvel o Norman Foster- pidió una exención "para terminar la obra según el calendario en el interés del turismo y de Abu Dabi".
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Impulsada por la secretaria de Estado de EE.UU., Condoleezza Rice, cada vez se dedican más recursos a la lucha contra el tráfico internacional de seres humanos, considerado una actividad de mafias que controlan negocios globales de trabajadores de la economía sumergida, prostitución y esclavos sexuales.
Pero en Dubai, capital no sólo de hoteles de lujo sino también – según muchos comentaristas- de blanqueo de dinero, la economía negra y la blanca se juntan. Por eso resulta difícil diferenciar a veces entre las condiciones que rigen el tráfico ilegal de personas y la importación masiva de un millón de trabajadores desesperados desde el subcontinente indio, Filipinas, la ex URSS y África.
Pongamos el caso de Antenah, mecánico de coches de 28 años procedente de Etiopía que el año pasado pagó a un amigo unos 700 euros, más gastos de visado y viaje, para venir a los Emiratos con otros cinco. Pese a que iban a trabajar en la construcción, se les hizo contratos de ayudantes domésticos, la categoría laboral que más se compara con el estatus de esclavo ya que se vive con el empleador sin posibilidad de cambiar ni recuperar el pasaporte durante dos años, pase lo que pase.
Se alojaron en un barracón con guardias de seguridad que no les dejaban salir. Tuvieron que viajar cinco horas todos los días en una furgoneta abarrotada y trabajar doce horas levantando bloques de hormigón de 40 kilos. Pese a firmar un contrato que – según comprobó La Vanguardia-estipula un sueldo de 185 euros al mes, se lo bajaron a 110.
Al cabo de tres meses, Antenah y un compañero decidieron escaparse y denunciaron incumplimiento de contrato a una oficina local de empleo. El empresario traficante acudió a la oficina en seguida y anunció indignado: "¡Pero si les he comprado por 5.000 dírhams (925 euros)!". Pese a esta confesión,la oficina no ha respondido a la denuncia de los trabajadores etíopes. Dos han sido encarcelados; los otros duermen en casas de amigos. Ninguno tiene pasaporte: "Ni nos dejan irnos a Etiopía ni quedarnos aquí", dice Antenah. "Es un caso claro de tráfico humano", dice Sharla Musabih, directora de un refugio para mujeres víctimas del tráfico humano en Dubai.
Es sólo un caso extremo de una explotación laboral generalizada en Dubai, ciudad que Bill Finnegan describió en The New Yorker el mes pasado como "el destino quintaesencial del tráfico humano con inmigración masiva, una masa de gente en tránsito, concentraciones enormes de dinero, anonimato y una fuerte demanda de mano de obra". Dubai es donde "los dos sistemas convergen, donde se comprueba la relación simbiótica entre las economías blanca y negra", dice Misha Glenny, autor de McMafias.
En el caso de las mujeres traficadas como prostitutas o importadas como trabajadoras domésticas, la línea entre el tráfico y la inmigración puede ser aún más borrosa. El refugio de Musabih – la Ciudad de la Esperanza- aloja a mujeres uzbekas contratadas como camareras y luego forzadas a trabajar de prostitutas en los clubs de alterne en Dubai. Pero hay también mujeres filipinas e indias que, contratadas como criadas, han sido sometidas a abusos – sexuales o no- por parte de sus amos. "Una chica tenía señales de mordeduras en los brazos", dice Musabih… ¿Alguna perversión sádica sexual? No. "Eran de la señora de la casa, una mujer egipcia, para castigarla", dice. La criada expatriada en Dubai entrega su pasaporte y no tiene derecho a cambiar de dueño durante la duración del contrato.
Según la Organización Internacional del Trabajo, la industria del sexo es responsable de la mitad de la mano de obra traficada a escala mundial.
La Vanguardia (2.05.2008)
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