Cuenta La Odisea que el rey Sísifo fue condenado a la penosa repetición de ímprobos esfuerzos por sus engaños reiterados a hombres y dioses. ¿Es la actual crisis, frecuentemente comparada con precedentes históricos, una evidencia de que la humanidad comparte esa condena?
Podemos volver a ignorar los mensajes de la historia. Antes de que la Primera Guerra Mundial, en 1914, pusiera el cierre a varias décadas de internacionalización, se había asistido a la crisis de 1907, con un papel destacado de actividades atípicas del sector financiero que mostraron ya hace un siglo lo sutil de la transición entre la creatividad y la irresponsabilidad contagiosa de insolvencias.
Y también a la pugna entre las potencias consolidadas y las emergentes por el control de materias primas, en el marco de los contrastes entre una internacionalización disfrutada sobre todo por unas minorías y unos mecanismos de ajuste que generaban periódicamente carestías de alimentos, reducciones de salarios reales y otros importantes costes sociales.
Y tras el conflicto bélico los mensajes siguieron sin interpretarse, en un contexto de falta de liderazgo político, que propició desde las hiperinflaciones de los años veinte hasta los ascensos de políticos demagógicos que capitalizaron en algunos países los descontentos y temores de amplias capas de las sociedades, hasta llegar a la crisis de 1929 y la Gran Depresión, amplificada por respuestas proteccionistas.
Pero también podemos atender a las lecciones de soluciones constructivas. En lo más duro de la Gran Depresión, los cambios regulatorios en el sistema financiero, empezando por el de Estados Unidos, devolvieron al primer lugar de las prioridades las garantías de confianza del público, por encima de las periódicas genialidades de los magos de las finanzas. Las políticas públicas de estabilización macroeconómica se combinaron con las demandas de redes de protección social para conformar el Estado del bienestar.
En 1944 la conferencia celebrada en Bretton Woods estableció un compromiso razonable entre mantener abierto el sistema comercial mundial y márgenes de maniobra para las políticas públicas nacionales, dando lugar a la fase de crecimiento más importante de la historia, superando incluso los primeros años del siglo XXI. Todo ello antes de que el propio éxito del sistema condujese a relajar sus mecanismos de regulación y abriese el camino a repetir el ciclo histórico, con una dinámica en que la globalización se esgrime a menudo como coartada para rebajar políticas sociales y en que volver a sacar de la botella el genio de la ingeniería financiera ha demostrado de nuevo su potencial desestabilizador.
Tras la crisis actual, o leemos los mensajes y articulamos nuevos equilibrios razonables o tal vez nos condenamos a repetir, como las penalidades de Sísifo, la dinámica 1907-1914-1929.
Juan Tugores Ques, Catedrático de Economía de la UB
La Vanguardia (29.05.2008)
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