Paraguas

LibertadLas libertades de unos devoran las de otros. Los derechos se meriendan entre sí, donde empieza el mío puede que no se haya terminado el tuyo, tenemos un problema. ¿Dónde ponemos la raya? ¿Y en función de qué? El derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la libertad de todos, expresó Kant. Pero no era fácil.

Nos topamos estos días con el derecho a la libertad de expresión merendándose el derecho a la intimidad y a la propia imagen. La discusión, más allá de los errores en el planteamiento de la demanda y la impecable corrección del auto, en la práctica vuelve a poner encima de la mesa la subjetividad y las contradicciones de unas cuantas cosas. La sentencia, y sus consecuencias reales (valga la redundancia) en la vida de las personas, da lugar a un recorrido de preguntas y respuestas absurdas. Veamos: ¿puede alguien ser una persona pública en contra de su voluntad? Puede. ¿Es justo que esta persona, por el hecho de ser persona pública en contra de su voluntad, sea perseguida de noche y de día por un grupo de individuos armados con cámaras? Es justo. ¿Se debe, en consecuencia, por encima de todo, priorizar el derecho del supuesto público de la persona pública a manosear las imágenes de la susodicha, por ejemplo, en peluquerías o retretes? Priorizado está. ¿Pero tiene algo que ver con el derecho a la información, esa información de la que no podemos ser privados que garantiza la libertad de expresión de una sociedad, el trayecto al supermercado o al dentista de personas inofensivas? Parece que sí. Entonces, ¿qué quiere decir exactamente información ? ¿No habría que revisar una palabra tal vez demasiado amplia, en la que se amparan demasiadas cosas? ¿No estaremos permitiendo, en la práctica, el enriquecimiento de unos a costa de otros, al cobijo de abstracciones terminológicas?

Las palabras demasiado grandes producen un efecto paraguas. Debajo cabe cualquier cosa. Otros derechos, de más alto alcance, se entroncan estos días en la Comunidad de Madrid, en el terreno de la educación y la salud, al amparo de la palabra libertad. Pobre gran palabra, expuesta a tantos peligros. Libertad para elegir la educación de los hijos o el médico de cabecera, dice el Gobierno de Aguirre, en un ejercicio de cinismo, entregando locales y terreno público a precios irrisorios a empresas privadas, según denuncian quienes convocaron la manifestación del miércoles ante la Consejería de Educación; triplicando el presupuesto de la red concertada frente al de la enseñanza pública; favoreciendo a unos pocos a costa de todos los demás; ampliando diferencias, en definitiva; creando un mecanismo perverso en el que cada vez más personas dejan de cuestionarse que la calidad de las escuelas o los centros médicos esté supeditada a un precio (como si eso ya formara parte de la lógica de las cosas), dando por hecho que es natural intentar pagarlo, ejerciendo así su derecho a la libertad de acceder a una sanidad o a una enseñanza más dignas. Una serpiente venenosa que se muerde la cola. Como si la libertad a golpe de billetera estuviese por encima de los derechos elementales de los que no pueden elegir. Como si aglutinar a los hijos de los inmigrantes en zonas, separándolos del resto (como ya ocurre, basta acercarse y ver), impidiendo cualquier posibilidad de integración, no fuese, además de injusto, poco inteligente, corto de miras (véase Francia) y nefasto para todos. "Estamos luchando por tus derechos. Disculpa las molestias", dejan escrito los médicos en sus días de huelga en las paredes de sus centros de salud, atiborrados de enfermos. La libertad es el derecho de hacer todo aquello que no pueda perjudicar a los demás, matizó Lacordaire, sacerdote incluso. Pero no era fácil. Pensar es moverse en el infinito, dijo también.

Clara Sanchís

La Vanguardia (23.05.2008)

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