En mi artículo anterior [Hacia una guerra contra Irán] expuse las razones por las que detecto el propósito de una guerra contra Irán. En este consideraré sus posibles consecuencias.
Dejando aparte la cuestión del derecho internacional – que establece las condiciones en que una acción militar es una acción de defensa (y, por tanto, es legal) y no una agresión (y, por tanto, es ilegal) y lo que, una vez ratificado por el Gobierno de Estados Unidos, es asimismo derecho estadounidense-, ¿es viable un ataque militar contra Irán?
Los dos mandos militares estadounidenses destituidos no lo creían así, por razones claras y patentes.
En primer lugar, e independientemente del grado de satisfacción de los iraníes con respecto a su gobierno, son un pueblo orgulloso y nacionalista que ha sufrido injerencias, espionaje e invasiones a cargo de los rusos, británicos y estadounidenses durante generaciones. En caso de invasión, lucharían sin lugar a dudas.
En segundo lugar, aunque Estados Unidos casi con seguridad derrotaría rápidamente a las fuerzas armadas iraníes, como hizo con las iraquíes, los iraníes están mejor preparados para una guerra de guerrillas que los iraquíes. Disponen de una fuerza de al menos 150.000 hombres armados, los Pasdaran (Guardianes de la Revolución) en calidad de fuerza terrestre además de peligrosas flotillas muy maniobrables en el golfo Pérsico susceptibles de causar numerosas bajas.
La guerra siempre es impredecible, salvo en el sentido de que siempre es peor de lo imaginado. Y su coste, asimismo, siempre se infravalora. Antes de la invasión estadounidense de Iraq, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, creía que sólo costaría alrededor de 50.000 millones de dólares; su subsecretario (más tarde presidente del Banco Mundial) Paul Wolfowitz, pensó que no costaría nada porque los iraquíes la pagarían, y cuando el consejero económico de la Casa Blanca pronosticó que podría costar 200 millones de dólares, el presidente Bush le destituyó. Los cálculos oscilan actualmente entre los dos y los seis billones de dólares.
A fin de esconder esta realidad a ojos de los ciudadanos, la Administración Bush recurrió a créditos masivos en el exterior – los bonos del Tesoro estadounidense han ascendido a 2,7 billones de dólares a principios de este año- y a un enorme incremento – hasta un 70% durante el mandato de esta Administración- de la deuda nacional, lo que explica la caída del dólar frente al euro.
En Iraq no se preveían bajas; en la actualidad, el número de muertos estadounidenses ha superado los 4.000 y los heridos (que se sitúan oficialmente en torno a los 20.000) son en realidad cientos de miles. El coste de su atención y tratamiento puede alcanzar más de medio billón de dólares.
Los costes de la guerra contra Irán serían indudablemente mucho mayores. Y no cabe descartar que pudiera quebrar el espinazo mismo del reclutamiento militar voluntario estadounidense y llevar a Estados Unidos a la bancarrota.
Dado este escenario poco halagüeño, los estrategas militares han puesto el acento en los ataques de la aviación. Pero pocos piensan que tales ataques por sí solos sean susceptibles de destruir las instalaciones nucleares iraníes o quebrar la voluntad iraní de resistir. Por tanto, es muy improbable que lo planificado como acción restringida se circunscriba de hecho a estos límites.
Por otra parte, el ataque podría derivar en una variada respuesta militar, paramilitar y económica iraní y de otras instancias exteriores al teatro de operaciones. El Gobierno iraquí, aunque colocado en el poder por Estados Unidos y aliado – desde el punto de vista cultural y religioso- de Irán, caería casi con seguridad al paso de la intensificación de la lucha de los chiíes iraquíes contra las fuerzas estadounidenses en Iraq.
Los gobiernos de Oriente Medio aliados o serviles con relación a los intereses de Estados Unidos (Jordania, Arabia Saudí y Egipto) podrían ser derribados por sus propias fuerzas armadas, enfrentarse a luchas civiles o como mínimo perder notablemente popularidad al tiempo que las repercusiones del conflicto afectarían a Asia y África. El terrorismo aumentaría en todas partes.
Dado que Irán produce el 8% de la energía mundial y aproximadamente el 40% de la energía mundial circula a través de los petroleros que atraviesan el golfo Pérsico, la guerra motivaría que el precio del petróleo se disparara con la predecible consecuencia de un importante desastre económico mundial.
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