Ahí están esos tres. La inteligencia viviente de Esquerra Republicana celebrando con champán la independencia de Kosovo. Sobre la fibra moral de los nacionalistas nunca se acaba de decir todo y, desde luego, es puramente obsceno verlos juguetear con la tragedia balcánica a modo de los grands ducs que descendían a los barrios canallas para solazarse con la estética del dolor y la miseria.
Tres completos individuos, bien vestidos y bien alimentados tras décadas de permanencia a sueldo de lo público, inquilinos de una mullida zona del mundo donde atan los perros (incluso a los perros españoles) con longanizas de Vic, tres engrosados cachazas, especulan con la suerte de un puñado de consuetudinarios olvidados, sólo puestos en portada por la limpieza étnica y la guerra civil. Un espectáculo de degradación excepcional si los nacionalistas no hubiesen conseguido segregar en el público lector una impenetrable piel muerta. ¡Yo también estoy a favor de la independencia de Kosovo! Naturalmente. Como habría estado a favor de la partición de Alemania en cuatro trozos. Pero jamás se me habría ocurrido celebrar el castigo. Ninguna independencia es motivo de celebración. Celebración la mereció la reunificación alemana o la implantación del euro, y la merecería la Unión Ibérica. A lo máximo, la independencia merece la resignación. Y como en este caso, cuando es hija de la humillación y la barbarie, merece el silencio. Un pesado silencio al arrastre del toro muerto.
Pero el brindis de los tres tiene un considerable valor de autorretrato. En realidad al proclamar su descoyuntada moral especulativa los tengo por más de lo que son. Porque, en el fondo, envidian a Kosovo y su tierra quemada. Hubo españoles que en su pedernal inteligencia vocearon que antes roja que rota, y éstos de ahora son su analogía ferviente: antes Cucaña que España. Durante algún tiempo se creyó detectar en ellos una cierta solvencia pragmática, atenta a la lengua y al dinero. Nada, todo falso. El mito fenicio. ¡Quia! No inventaron el alfabeto sólo para escribir cartas comerciales. Fabulaban, como el resto de pueblos; y fue su carácter industrioso tan incierto que la calidad de sus papiros no resistió el tiempo y dio origen al mito de una civilización ágrafa, realista y contable. Ahora sus macerados herederos están dispuestos a que Cataluña ascienda a los infiernos de Kosovo si ello garantiza el final de la esclavitud sentimental a que se ven sometidos. Es una aseveración con base empírica: su más visible trabajo de estos últimos 30 años ha sido el de intercambiar prosperidad por mito.
Había sido indicación de la razón y la moral que los ciudadanos de Cataluña reaccionaran contra el analfabetismo y la mala intención de los políticos nacionalistas. Observo, sin embargo, que a la ímproba tarea van a tener que añadirse los patriotas.
(Coda: «Hágase la nación y perezca el mundo». Variación agravada del clásico Fiat iustitia et pereat mundus)
El Mundo (21.02.2008)
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