Montserrat ha estado siempre en política. Desde recibir mandatarios del régimen nazi a entronizar al Generalísimo Franco bajo palio, desde las declaraciones del controvertido abad Escarré hasta los encierros multitudinarios en las postrimerías del franquismo. ¿Que esta política nos es más grata que la llevada a cabo actualmente por los obispos españoles, incluidos los catalanes? Bien, pero no por ello deja de ser política, tan partidista como la de los prelados españoles. Quienes por cierto desempeñaron un papel – nada menor- durante la transición española, o si no piénsese un instante en el papel llevado por monseñor Tarancón, a quien los ultras deseaban ver en el paredón.
Y si bajo la dictadura franquista podía tener algún sentido que Convergència se fundara precisamente en Montserrat, la montaña sagrada de los catalanes, donde se casó Pujol, a mí la verdad es que me cuesta más entender por qué el ex abad de Montserrat apareció junto a Carod-Rovira en rueda de prensa cuando este explicó su entrevista con ETA en Perpiñán o por qué el actual abad recibió a dos candidatos a la presidencia de la Generalitat, al señor Mas y al señor Montilla. ¿Acaso no es hacer política?
¿No es hacer política que el señor Rajoy aparezca en un templo dedicado al culto, Santa Maria del Mar, en plena campaña preelectoral o que la señora ministra Chacón visite precisamente ahora Poblet y desencalle el tema de la hospedería? ¿Me quieren explicar en qué país del mundo civilizado los papeles de uno de sus presidentes – el president Tarradellas- están depositados en un monasterio – en este caso Poblet– y no en el Arxiu Nacional de Catalunya? ¿Esto no es hacer también política? ¡Como para que después nos quejemos de que los papeles de Franco estén en una fundación que lleva su nombre! Son dos formas de hacer política. A algunos una nos puede gustar más y otra, poco o nada.
Es curioso que para algunos, los mismos que celebraron el aniversario de la creación de Convergència en Santa Maria del Mar, se supone que con el permiso de la correspondiente jerarquía eclesiástica, al laicismo, a la separación de la religión con el Estado sólo se haga referencia cuando se habla y trata del islam. ¿Qué diríamos de un candidato en un país musulmán que se fotografía con el imán más venerado del país?
Lo peor de todo es que puedo asegurarles que las últimas veces que he estado tanto en Montserrat como en Poblet sólo he oído hablar de dinero. Del dinero necesario para mantener todo aquello, convertido no en centros de espiritualidad sino en simples atractivos turísticos a los que los políticos acuden, cuando la ocasión lo requiere, como moscas a un panal de rica miel. Parecía una escena extraída de alguna obra del malvado Boadella. Y todo ello lo digo y lo firmo, por si hubiera o hubiese alguna duda, desde el dolor que siento como católico y como creyente.
Manuel Trallero
La Vanguardia (11.02.2008)
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