Los mimbres con los que Unión, Progreso y Democracia (UPyD para los iniciados y «el partido de Rosa Díez» para los legos) está tejiendo el cesto en el que espera recoger los votos suficientes para entrar en el Congreso son, esencialmente, carretadas de trabajo «gratis et amore» y una moral incombustible. No queda otra, en vista de las dificultades de financiación con las que se está topando una fuerza política en pañales a la que los bancos miran como a un mileurista que les pidiera crédito para un chalé en La Moraleja.
Así, cerrado el grifo de las entidades financieras nacionales, los militantes de UPyD (ya más de cuatro mil) no sólo no renuncian a sacar cabeza, sino que, espoleados por una encuesta que les atribuye cuatro diputados (en Madrid, Sevilla, Valencia y Barcelona) esgrimen empuje y entusiasmo.
No hay más que asomarse, para comprobarlo, a la que es desde hace un par de meses la sede madrileña del partido y «central de operaciones», ya en plena ebullición. Un piso en la calle Orense que se convierte en un camarote de los hermanos Marx con trasiego constante y aforo insuficiente en los momentos críticos.
Irrumpe Rosa Díez, pañuelo magenta al cuello, después de una sesión de fotos electorales. Realzada por ese toque del color «corporativo» del partido, el que tiñe su logo, la ex dirigente socialista describe el abismo que separa el «transatlántico» del PSOE en que ha estado embarcada más de media vida de este modesto pero ilusionado empeño: «Aquí te da el viento en la cara, y sabes quién controla el rumbo. Lo otro era subirse a un mamotreto en el que no te dan explicaciones de hacia dónde se va y en el que todos van uniformados».
En su despacho, muebles funcionales un punto por encima del «estándar Ikea», y un sofá casi cúbico rojo pasión. Las estanterías, aún casi vacías por recién estrenadas, exhiben los premios que ha consechado en los últimos años en reconocimiento a su coraje cívico, y una foto escolar.
Con la líder, su «guardia pretoriana», aunque en el partido impera un sentido flexible y distendido (que no laxo) de la jerarquía. Carlos Martínez Gorriarán acaba de llegar de Valencia, la circunscripción en la que será cabeza de lista. Dispara ideas con claridad pasmosa, marca distancias tanto con el PSOE como con el PP, y repasa las finanzas, ya no tan precarias como hace un mes: «Hemos recaudado unos 300.000 euros a través de los bonos suscritos por particulares y unos 100.000 en donaciones. Ahora estamos en conversaciones con Bancos extranjeros. Creen más en nosotros en Europa».
Resume el dircurso del partido en sus puntos esenciales: reforma de la Constitución y una reforma de la ley electoral que corrija el excesivo peso de los nacionalismos en el sistema. «Nuestra campaña dará sorpresas -comenta-, pero será sencilla».
«El mensaje cala con facilidad porque la mayoría de los ciudadanos comparte este discurso, pero lo complicado es llegar a ellos», reflexiona Rosa, consciente de que su concurso les resultaba más atractivo a los grandes medios como disidente del PSOE que como cabeza de UPyD.
Internet, vital
Pero no ceja, y se declara optimista: «Esto quizá no hubiera sido posible hace unos años, sin internet. Ahora los medios digitales y los periódicos gratuitos son una oportunidad para nosotros. Y la queremos aprovechar». Ante el comentario de que ya sería un éxito que únicamente ella, número uno en la candidatura por Madrid, lograse acta de diputada, salta inmediatamente: «Ya hablaremos el día después de las elecciones. Vamos a tener grupo parlamentario, seguro».
Paco Pimentel, miembro también de la dirección de UPyD, es el coordinador de la campaña: «Soy guionista de profesión. Y como la mía es una profesión «discontinua», que permite paréntesis, me he volcado en este trabajo a tiempo completo. Sin cobrar, claro». Es el caso, también, de Ramón Marcos, «ex» del PSC, en el que se asfixió cuando comprobó, junto a otros compañeros, que la reivindicación del bilingüismo en Catañuña era una causa perdida en del socialismo.
En su diseño de campaña, tienen el reto inmediato de la presentación del programa electoral, la semana próxima: «Ha llevado tiempo elaborarlo -explica Gorriarán- porque ha estado abierto a las aportaciones de todos los afiliados y ha habido 12 ponencias y 500 enmiendas». Satisfechos por la «eclosión» del partido en algunas provincias, los dirigentes de UPyD explican cómo van saliendo al paso de las estrecheces económicas para articular su funcionamiento: «Algunos miembros o simpatizantes del partido nos ceden su segunda vivienda para reuniones o jornadas de trabajo, otros nos prestan una sala de un hotel… Así, ya tenemos un nuevo local disponible en Madrid, en la calle José Abascal».
A los impulsores de UPyD lo que les espolea, en medio de tantos obstáculos, es la gente: «Recibimos tan buena respuesta en la distancia corta, en la calle, que pensamos pateárnosla todo lo que podamos». Así, boca a boca y «e-mail» a «e-mail» han ido fichando a un elenco variopinto de candidatos: «Se habla más de Álvaro de Marichalar, nuestro cabeza de lista en Soria, por razones que no vienen al caso. Pero tenemos representantes estupendos en tantos otros sitios… Los del País Vasco son heroicos».
«No viven de la política»
Los miembros de UPyD son de todas las edades y todas las condiciones, «con la ventaja -esgrime Díez, encaramada en la silla de su despacho, con las piernas recogidas sobre el asiento- de que más de un 80 por ciento de nuestra militancia tiene su trabajo y su forma de vida consolidada. No está aquí para medrar en la política. Hay gente de todas las edades».
Aparece en ese momento Mikel Buesa, recién llegado de una entrevista televisiva. Al número dos por Madrid se le ve a sus anchas entre sus compañeros de la dirección del nuevo partido, y dispuesto a batallar donde sea. Un entusiasmo casi adolescente ha cuajado en biografías tan curtidas como la de Buesa, Gorriarán y Rosa Díez. UPyD es su apuesta.
ABC (3.02.2008)
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