Nuevo vs viejo proletariado

Unas reflexiones sobre el “Informe sobre la inmigración” de Jorge Vestrynge con Gema y Rubén Sánchez Medero

Como era de prever, el “Informe sobre la inmigración” aparecido en el número anterior de El Viejo Topo está generando un intenso debate. Un debate que era necesario y urgente, que está en la sociedad por lo bajini y ante el que la izquierda debe poder articular un discurso claro y decidido.

El fenómeno de la inmigración, como cualquier otro, se puede estudiar desde múltiples punto de vista y de unos mismos datos se pueden obtener conclusiones muy diferentes. En el “Informe sobre la Inmigración” que han publicado en El Viejo Topo de Octubre de 2007 Jorge Vestrynge, Gema y Rubén Sánchez Medero, los autores aportan mucha y valiosa información sobre la inmigración bajo las tesis de que los principales perjudicados por este cambio demográfico son las clases trabajadoras españolas y que el auge de la ultraderecha en Europa está asociada al aumento de la inmigración. Ambas premisas contienen mucha dosis de verdad, pero como afirma Fernández Buey1 mejorando la original cita de Karl Marx, para ser comunista hace falta mucha ciencia y mucha compasión. Entiendo que probablemente los autores del informe citado no tienen excesiva empatía con los trabajadores emigrantes, cuestión esta que no se puede rebatir con otro texto, es un sentimiento. Pero el texto también comete graves errores “científicos” en la interpretación de la realidad y/o omite datos y hechos importantes que deberían haberse aportado para realizar un más completo y cabal análisis.

El mito de la raza
El texto comienza alarmándose: como “ha regresado a galope el concepto de raza y su uso se extiende en las ciencias sociales”. Cierto que la cuestión de la “raza”, que se creía superada, ha regresado al debate político y/o público, pero una aproximación rigurosa al tema racial no debería obviar que la gran mayoría de científicos y antropólogos postulan que “la especie humana está compuesta por una única raza aunque ésta se divide en diferentes orígenes étnicos, que a su vez se dividen en pueblos”2.

Incluso admitiendo el uso coloquial del término “raza” o entendiéndolo como categoría social, las clasificaciones realizadas en el Reino Unido, Francia o EEUU, a las que alude el informe no dejan de ser artificiosas, irreales y realizadas bajo criterios racistas y en todo caso no dejan de tener más connotaciones culturales que genéticas. Marvin Harris3 escribe que “Las razas sociales son grupos emics3 cuyos miembros se creen o creen que otros son afines física y psicológicamente como consecuencia de un origen común. En el mundo se utilizan varios sistemas para determinar las razas sociales. En los Estados Unidos, los norteamericanos africanos (negros) se identifican y son identificados por los demás como una raza social diferenciada ante todo en función del color de su piel. Partir de esta premisa única supondría, sin embargo, poner en entredicho la identidad de millones de personas, por que el color de la piel (y otros rasgos «africanos» y «caucásicos») varía en toda una inmensa gama de diferencias sutiles, desde el muy oscuro al moreno o el muy claro, como resultado de los recientes emparejamientos y matrimonios interraciales… Para resolver este embrollo, se ideó la norma de «basta una sola gota de sangre»; negro es quien tiene la más mínima cantidad de «sangre» negra”…

No se debería mezclar inmigración con “raza”, ya no tanto por el temor social que supone la llegada de grupos humanos cohesionados sino por la existencia de minorías étnicas nativas en la gran mayoría de Estados, minorías a quienes en muchas ocasiones se les puede acusar de los mismos males que a los inmigrantes4 y con resultados (la Alemania nazi, la ex-Yugoslavia) que nadie desea. Por tanto, en el debate de los problemas anejos a la inmigración bien haríamos en dejar de lado toda referencia a la raza tanto de nativos como forasteros.

El impacto económico de la inmigración

El “Informe sobre la emigración” citado se basa en un laureado artículo de Concha Martín5 que atribuye todo el crecimiento de la economía española a la “lluvia” de dinero recibida desde nuestro ingreso en la Unión Europea. Por el contrario, el informe no recoge ninguno de los múltiples estudios que afirman que los inmigrantes han sido el factor clave del "milagro económico español", que entre 1995 y 2005 tuvo un crecimiento anual del 3,6 por ciento. Sin el aporte de esta mano de obra extranjera el producto interior bruto (PIB) español habría sido negativo6.

Baste recordar que España entró en la Unión Europea conjuntamente con Portugal y cuatro años antes lo hizo Grecia, y que los tres estados han recibido sumas similares per capita en concepto de fondos de cohesión de las instituciones europeas. Curiosamente España es el estado de los tres que mayor inmigración ha recibido y el que mayor crecimiento económico ha tenido. No soy economista, pero es razonable deducir que, sin tratarse de una relación causa-efecto, la llegada de trabajadores extranjeros ha contribuido a afianzar el crecimiento económico español, sobre todo cuando ha estado basado en los sectores de la construcción y servicios.

La realidad en el mundo rural es que sin los trabajadores extranjeros no se podrían recoger las cosechas, dándose la paradoja de que los jornaleros españoles prefieren trabajar la vendimia en Francia, que les ofrece mejores salarios y prestaciones sociales, mientras que en España las autoridades hacen la “vista gorda”7, pues en otro caso se perderían las cosechas por falta de mano de obra. No tengo noticia de que ningún jornalero español se quede sin trabajar durante las campañas de recogida de la aceituna, la uva o la naranja.

La inmigración contra la clase trabajadora

El estudio recoge acertadamente que la inmigración, especialmente la ilegal, empuja los salarios hacia abajo favoreciendo a los capitalistas y perjudicando a los trabajadores oriundos. También recuerda (para esto no hacía falta ningún estudio) que los inmigrantes utilizan más los servicios públicos (educación, sanidad…) que la media y que como hay mayor índice de delincuencia en este grupo también supone un gasto mayor en justicia, seguridad y prisiones.

A mi entender, el informe estudia estos problemas desde una primigenia distinción y contraposición: trabajadores inmigrantes/trabajadores nativos. Es cierto que ese es un problema no solo de este informe, sino de mucha de la literatura de la “izquierda” europea. Uno, que es un clásico, prefiere analizar estas cuestiones desde el punto de vista de clase, por ejemplo la cuestión de la delincuencia en la inmigración.

El mito del delincuente inmigrante

El sistema de seguridad interior de un estado se basa en el trípode policía-justicia-prisiones. Todo este sistema está diseñado básicamente para defender el sistema social contra los delitos contra el patrimonio cometidos bajo violencia o intimidación. De este modo la población reclusa esta formada mayoritariamente por varones sin ninguna o escasa cualificación laboral. Como recordaba Miguel Riera en el mismo número de El Viejo Topo España tiene la cifra más alta de población reclusa en términos relativos de los países de nuestro entorno, sólo igualada por el Reino Unido. En el mismo artículo recordaba que el gasto social continua estancado o en retroceso.

Lo que realmente es un factor “peligroso” para la comisión de actos delictivos de bajo nivel no es el origen, ni la cultura, ni los genes, sino la pertenencia a las clases más desfavorecidas socialmente. En todo caso, la pobreza es un factor decisivo para ser detenido, procesado, condenado e ingresar en prisión, pero no para ser un delincuente. Muchos son los delitos que recoge nuestro Código Penal y sólo son unos pocos los perseguidos realmente, el resto de tipos penales, como el delito ecológico o los delitos contra la seguridad de los trabajadores son calificados como delitos simbólicos sin apenas aplicación práctica. Si el ciudadano medio observa un poblado chabolista inmediatamente lo asocia a la delincuencia; si llevamos este ciudadano a una lujosa urbanización no asociaría tan rápidamente esa situación a la comisión de hechos delictivos, a pesar de que muchos, por no decir todos, de los propietarios de esas fastuosas viviendas con toda seguridad han delinquido alguna vez contra el fisco, contra el medio ambiente o contra los derechos de los trabajadores, o incluso, en algunos casos, contra bienes jurídicos más inviolables.

Aún reconociendo que los extranjeros tienen un índice más alto de criminalidad demostrada, también es cierto que al ser los ciudadanos más desprotegidos por los poderes públicos, especialmente en el supuesto de estancia irregular, tienen una mayor probabilidad de ser víctima de delitos o de no recibir un suficiente amparo por parte de policía, abogados, jueces y fiscales. Si hiciéramos un retrato robot de la víctima de un delito en el Reino de España nos encontraríamos a una mujer, inmigrante, sin papeles y de piel oscura8.

Los servicios públicos y la inmigración
Uno de los grandes méritos del “Informe sobre la inmigración” es recordarnos la divergencia de consideraciones entre las élites y la clase trabajadora en lo relativo al problema de la emigración. Cada vez se escuchan más quejas como “mi hijo no tiene plaza en el colegio por culpa de los inmigrantes”, “las becas son para los inmigrantes”, “la sanidad pública la colapsan los inmigrantes”. Y aunque parezca una perogrullada hay que recordar que las prestaciones públicas no se otorgan por criterios étnicos sino solamente por baremos económicos.
El informe repasa lo costoso que resultan los inmigrantes, citando, por cierto, únicamente informes de la Comunidad Autónoma de Madrid, la más derechizada ideológicamente de todas las que forman el Reino de España y la que tiene un más alto porcentaje de población extranjera, por lo que no pueden extrapolarse sus datos al resto de las Comunidades Autónomas. Aún así los datos se pueden asumir como ciertos y será seguramente verdad que los inmigrantes gastan el 46% de la factura en los escasos programas sociales de la región, y que son el 12% de los afiliados pero solo aportan el 6% y que pagan menos impuestos… Todos ellos son indicadores de que nos encontramos ante personas que forman parte de la clase trabajadora más desfavorecida. Si no existiera en España ningún inmigrante ocurriría lo exactamente lo mismo, podría afirmarse del sector trabajador más desfavorecido (supongamos un 10% de la población) que absorbe el 50% de los presupuestos sociales. Ese es el papel del Estado y los impuestos, redistribuir la riqueza entre quienes están en mejor situación en favor de los más desfavorecidos. Pero para los autores uno de los “problemas” es que los subsidios de paro se reenvíen como remesas a terceros países produciendo “desinversión”. Cierto, pero es lamentable que a un analista de izquierdas le parezca esta situación un problema. Porque la cuestión, como siempre, es: ¿qué tenemos que defender y ante quién?

La clase trabajadora en la vieja Europa
Los autores del informe nos proponen soluciones tales como “cerrar las puertas”, “expulsión de todos los inmigrantes ilegales”, un sistema de cupos y números clausus en empresas o la prohibición de la reagrupación familiar, todo ello para proteger a los más desfavorecidos nativos de España frente a la inmigración. Sin embargo, entiendo que situándonos en una tradición marxista o afín, la izquierda debe trabajar para los más desfavorecidos de la clase trabajadora, independientemente de su nacionalidad u origen. Proteger a “nuestros” trabajadores frente a los trabajadores que vienen del Sur no deja de ser un racismo de nuevo cuño, por mucho que, como apuntan los autores, “el racismo lo llevamos de alguna manera en los genes, nos guste o no. Y combatirlo requiere un nivel de conciencia y voluntad no desdeñable”. Afirmación cierta en lo relativo a que el racismo es una conducta primaria y muy extendida pero absolutamente discutible que tenga su origen en los genes, tal y como afirman autores tan reconocidos (y rojos) como Richard Lewontin o Richard "Dick" Levins, pues ¿podría algún autor localizar el aminoácido donde se contiene el gen racista?
Uno de los factores de la derechización en aumento que se observa desde hace varias décadas en la clase trabajadora europea es la creciente brecha económica entre el norte y el sur. Los trabajadores europeos son plenamente conscientes de su nivel de vida, aceptando que, siendo unos empleados por cuenta ajena, lo asumen, con todos los inconvenientes que supone ello, teniendo en cuenta que en este mundo globalizado son el sector de los trabajadores que cuentan con un mejor nivel de vida o consumo (aunque tal vez no con mejor calidad de vida). Son perfectamente conscientes de que hay otras personas más al sur que se juegan la vida en las pateras para tener un trabajo en peores condiciones que las que ellos sufren a diario, sin que ello signifique, claro está, que los derechos de los trabajadores, digamos, oriundos no estén pisoteados diaria y masivamente.
También la intensa inmigración ha favorecido la aproximación de la clase trabajadora a la derecha. Lo explicaba claramente Enrique Gil Calvo: “Unos inmigrantes que, al ocuparse de los trabajos serviles, son relegados a los estratos más bajos de la escala social, desplazando hacia arriba al resto de clases sociales que por efecto comparativo experimentan movilidad ascendente. La antigua clase obrera ha dejado de serlo porque ya no se ocupa del trabajo manual, y ahora se siente clase media propietaria de su vivienda privada, deseando distanciarse de sus vecinos inmigrantes que ahora okupan los servicios públicos (educación y sanidad). De ahí que los antiguos barrios de clase obrera dejen de votar socialista y se pasen al PP”10.
Quizás el nuevo y emergente proletariado que sea el motor del cambio lo tengamos en los barrios de inmigrantes en París, Los Ángeles o Madrid. No sería descartable que en un futuro próximo las cíclicas revueltas “raciales” tomen un cariz político y se conviertan en algo más que un simple problema de orden público.
No me siento capaz de proponer políticas claras en relación con la inmigración, pero sí que considero que nos debemos preguntar si la izquierda debe preocuparse de defender el statu quo de la clase trabajadora en Europa o fomentar cambios económicos y sociales en profundidad aprovechando las contradicciones que salen a la luz con la inmigración. Aunque sea algo más complicada, y debamos ir con todo el ojo del mundo pensando en realidades cercanas, yo me apunto a esta segunda opción.

Carlos Martínez
El Viejo Topo
, nº 238. Noviembre 2007

Notas
Francisco Fernández Buey, “¿Cambiar el mundo sin tomar el poder?” Herramienta, núm. 22
http://es.wikipedia.org/wiki/Raza
Martin Harris, Teorías sobre la cultura en la era posmoderna, Barcelona, Crítica 2000
Una descripción emic, o émica, es una descripción en términos significativos (conscientes o inconscientes) para el agente que las realiza. Así por ejemplo una descripción emic de cierta costumbre tradicional estaría basada en cómo explican los miembros de esa sociedad tradicional el significado y los motivos de esa costumbre. Definición tomada de Wikipedia.
Los gitanos en el caso español o los aborígenes australianos son minorías étnicas que también sufren un mayor índice de población reclusa sin que se trae de inmigración, incluso en el caso australiano podría considerarse que los inmigrantes son la élite gobernante y colonizadora.
http://www.croem.es/Web/CroemWebEconomia1.nsf/ca9fbec891192b50c1256bd7004f727c/b2d9c93443e4970bc12570ea002e7f5c?OpenDocument
Estudio realizado en agosto del 2006 por Caixa Catalunya
http://other-news.info/noticias/index.php?p=1597 y http://www.pascualserrano.net/noticias/el-tunel-del-tiempo-de-la-vendimia-en-espana
Tópicos y estadísticas judiciales – El inmigrante ¿delincuente o víctima? Http://www.rebelion.org/noticia.php?id=13243
Enrique Gil Calvo, “La americanización de Madrid”, El País 16/06/07, se puede consultar en http://www.almendron.com/tribuna/?p=15999

 

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