Los derechos humanos constituyen el eslogan de nuestro tiempo. Los líderes políticos y económicos se afanan por invocar constantemente los derechos fundamentales. Tan populares son que, si tecleamos en Google, aparecen cincuenta y tres millones de entradas.
Ayer, 10 de diciembre, se conmemoró el día en que en 1948, tras la Segunda Guerra Mundial, la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos, que proclama que "el reconocimiento de la dignidad inherente y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana constituye el fundamento de la libertad, la justicia y la paz del mundo". Pero ¿ha avanzado el mundo en el respeto de los derechos humanos? La pobreza subyuga a dos tercios de la humanidad. Las guerras, genocidios, torturas, detenciones, ejecuciones y el tráfico de seres humanos arrojan cifras escalofriantes. El argumento de que los medios simplemente destacan los horrores otrora ignotos no es de recibo. Muchos países suscriben los textos de derechos humanos más interesados en integrarse en el club de los civilizados que en respetarlos. Amnistía Internacional denunció que, de los 183 estados soberanos, 173 practican habitualmente la tortura.
Pero es innegable que la noción de los derechos humanos ha adquirido carta de naturaleza, la responsabilidad se ha extendido de los estados a los demás poderes dominantes, incluidas las empresas transnacionales, y, con los derechos tradicionales, ha surgido una tercera generación con los derechos al desarrollo, a la paz, a ser diferente y últimamente el derecho al agua. Finalmente, se ha creado el Tribunal Penal Internacional para castigar los crímenes contra la humanidad.
Es sin duda en los derechos humanos donde entre los discursos rutilantes y la realidad existe mayor distancia. Algunos pasos se han dado, pero queda mucho por delante. EE. UU. se halla desacreditado tras las detenciones sin juicio y los patéticos interrogatorios. Rusia, descalificada por sus abusos en Chechenia. China, preocupada por el progreso, simplemente ignora los derechos humanos, y Europa, a pesar de su tradición, dista de liderar su promoción. Estamos lejos de la plena aceptación de que todos los seres humanos han nacido libres e iguales en dignidad y derechos. Por eso, si el siglo XX fue el del reconocimiento de los derechos humanos, el XXI habrá de ser el de su expansión universal.
Ramon Mullerat. Abogado
La Vanguardia, martes, 11 de diciembre de 2007
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