La culpa

ZP y Rajoy

Nadie ha pedido perdón por las faltas cometidas, por las pifias políticas, empresariales, financieras, por haber metido la mano o la pata

¡Ahora resulta que la culpa es de los chinos! Nos dicen que la vasta red de contrabando y blanqueo de dinero de la Operación Emperador distorsionaba la economía española, y como prueba muestran carritos de supermercado llenos de billetes, la más perfecta representación del robo a mansalva. ¿El mensaje subliminal? Ni el frenesí financiero ni la burbuja del ladrillo ni las tropelías políticas ni los especuladores son responsables de esta asquerosa crisis: fueron ellos, los chinos, reconocidísimos villanos desde Fu Manchú. ¡Y encima la trama está decorada con un actor porno! Sexo y pasta: una combinación de innegable éxito comercial. Es una operación policial que parece diseñada por Santiago Segura para su próximo Torrente. Considero que la caída de la banda es un gran logro de las fuerzas de seguridad, lo digo de verdad y sin pitorreo, pero, viendo la noticia en la tele, Julia, mi asistenta, nacida en Perú, comentó con fatal sabiduría: “Ah, esto es como en mi país: cuando las cosas van muy mal, siempre sacan una de estas noticias para que la gente se olvide de sus problemas”.

Pero lo peor es que, si se nos da tan bien esto de culpar de la crisis a los malvados chinos, por ejemplo, o a la falta de imaginación de unos parados que no saben reciclarse, o a esos empleados tan egoístas que se empeñan en no facilitarles las cosas a sus empresarios para que puedan despedirlos cómodamente; si nos es tan fácil acusar a todo quisque, digo, es porque en España la culpa anda suelta, quiero decir que la pobre culpa vaga como perro sin amo sin que nadie la haya hecho suya todavía. Aquí estamos, hundidos en el lodo hasta las cejas y nadie ha dicho aún: lo siento. Nadie ha pedido perdón por las faltas cometidas, por las pifias políticas, empresariales, financieras, por haber metido la mano o la pata. Sinceramente, creo que ayudaría mucho que alguien lo hiciera.

Rosa Montero

El País (23.10.2012)

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