El descrédito de la izquierda

Eduardo Jordà¿Por qué está retrocediendo la izquierda en toda Europa? Es una pregunta interesante. Cuando empezó la crisis y muchos gobiernos europeos tuvieron que inyectar grandes cantidades de dinero público en los bancos a punto de quebrar –o ya quebrados–, mucha gente creyó que esa política intervencionista iba a convencer al electorado de las ventajas de la izquierda. Si había que elegir entre el mercado que se había vuelto loco y el Estado que imponía la cordura y el interés general, lo más lógico sería inclinarse ante la socialdemocracia, que parecía la mejor administradora del Estado. La izquierda, por tanto, se las prometía felices.

Pero ha ocurrido justo lo contrario. Y desde que empezó la crisis, la izquierda está en retroceso en toda Europa. También lo está entre nosotros, como indican las encuestas que predicen el hundimiento del PSOE y el estancamiento de IU (aunque el PP, dirigido por el mediocre y titubeante Rajoy, no despierte tampoco ningún entusiasmo). ¿Por qué ocurre esto? Creo que hay varios motivos. El primero es que la izquierda ha renunciado –no sé si por incapacidad o por desgana– a hacer un análisis «marxista» de la era de la globalización. La vieja teoría de las clases sociales enfrentadas ya no sirve. Hay segmentos de la clase obrera que pueden veranear en la Riviera (Maya), mientras que muchos licenciados universitarios viven en una especie de decorosa miseria. Y al mismo tiempo, un sindicalista de una empresa pública puede vivir mucho mejor que un ingeniero contratado por una empresa privada. Y no sólo eso, sino que China o India –e incluso Latinoamérica– se han convertido en competidores económicos que tienen cuadros técnicos cualificados y gran capacidad de ahorro y producen mucho más barato. ¿Está la izquierda dispuesta a asumir todo eso? Me temo que no.

Porque la izquierda sigue creyendo que los mercados son unas criaturas malignas que se empeñan en esquilmar a los pobres Estados que intentan llevar a cabo valientes políticas sociales (como la España de Zapatero). Y eso no es verdad, o al menos no del todo. Los mercados no son entes maléficos que actúan por perversión, sino simples acreedores que han prestado un dinero a unos Estados que gastaban de forma desorbitada. Puede que algunos de esos acreedores sean tiburones financieros que sólo se mueven cuando «huelen sangre», pero otros muchos son ahorradores chinos o hindúes (o españoles) que invierten sus ahorros y que viven de un modo mucho más austero que muchos de los intelectuales que gritan contra la maldad intrínseca del capitalismo. Los mercados son acreedores que quieren recuperar lo que es suyo, nada más. Y no se les puede culpar de todos los males de este mundo.

 Pero hay más razones para el hundimiento de la izquierda, sobre todo en España. Enumero algunas. La pérdida alarmante del sentido de la realidad. La sensación de improvisación con que gobierna. La tentación del populismo electoralista en vez de la sobria y poco llamativa eficacia de la gestión. La idealización enfermiza del pasado perdido (la República, la guerra civil), mientras que se olvidan las realidades acuciantes del presente (como el fracaso escolar). La ideologización patológica de todos los aspectos de la vida, desde el hecho de fumar hasta las relaciones sentimentales. La falta de convicción a la hora de defender los valores occidentales ante las amenazas de los que no creen en ellos. La huida de los principios de la Ilustración. La contradicción sangrante entre las ideas de austeridad y esfuerzo y una vida cotidiana entregada al lujo y a la moda «superfashion». Y por último, la incomprensible alineación con los nacionalismos centrífugos o incluso con los independentistas. Y aquí no se acaba la lista. Hay muchas más causas.

Si tengo que definir mi idea de la política, me situaría en una izquierda sensata y pragmática, que no abdicara nunca de los ideales de la Ilustración (esfuerzo, austeridad, integridad moral) y que hiciera todo lo posible por mantener el Estado del Bienestar, aunque para ello tuviera que imponer unas reformas que son inevitables en un país como el nuestro, que está envejecido y endeudado hasta las cejas, y que además vive encorsetado por una Administración elefantiásica y una productividad laboral muy baja. El problema es que ahora mismo no sé dónde está esa izquierda. Y me temo que no soy el único.

Eduardo Jordà

Diario de Mallorca (23.09.2010)

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